AÑO NUEVO, LO QUE NO PUEDE FALTAR

Para que nuestros mutuos deseos de feliz año nuevo produzcan el fruto que esperamos, conviene tener en cuenta algunos aspectos importantes de nuestro desarrollo psicológico y personal que son indispensables. Constituyen lo que podríamos considerar ingredientes para una vida plena que nos haga sentir realizados. Son elementos básicos, piezas que no pueden faltar en la construcción de buena calidad para la vida humana. Sabemos que son tan importantes porque estas son las características que muchos hombres y mujeres echaron de menos cuando se acercaba el momento de su muerte. Los dos momentos más importantes en la vida de una persona son el de su nacimiento y el de su muerte.

Cuando un adulto es consciente de estar ante la muerte, se enfrenta a su verdad; es el momento en que esa persona se siente más auténtica y cuando más sincera quiere ser consigo misma. Los profesionales de la salud, sobre todo los especialistas en cuidados paliativos, así como psicólogos, sacerdotes, personas en fin que han dedicado su vida a atender enfermos terminales, nos podrán decir lo que muchos expresan ante su momento final. Son pensamientos y sentimientos muy bonitos que indican también que todos somos capaces de crecer hasta el último momento de la vida. Cuando estas personas indican de qué cosa se arrepienten, o qué es lo que harían de manera diferente, coinciden en lo siguiente:

1.- Fidelidad a la propia conciencia. Es como decir que me arrepiento de no haber sido valiente para haber permanecido más fiel a mí mismo. Es verdad: puede ser que algunas veces nos hayamos dejado llevar de presiones ajenas, y por seguir lo que otros esperan de mí no he cumplido aquello que me habría hecho más auténtico/a, más feliz. Por eso al comenzar un año nuevo es conveniente hacerse el propósito de trabajar la propia libertad para no sucumbir ante presiones interesadas de otros. Sentirse libre, en el pleno sentido psicológico de la palabra, es lo mismo que ser y sentirse muy responsable ante la propia vida y ante las decisiones que cada uno ha de tomar.

2.- Tiempo para amar. Equivale a decir: me arrepiento de haberme obsesionado con el trabajo. Por culpa de esta adicción al trabajo no me di tiempo para amar a los míos y decirles todo lo que los quiero. Muchas personas, sobre todo hombres, en el momento de su muerte han lamentado que no se dieron tiempo para estar más con sus hijos, para jugar con ellos, para verlos crecer. Ahora, con lágrimas que recorren sus mejillas, reconocen que ya es demasiado tarde. Resulta conmovedor ver con qué sentimiento de impotencia, pero a la vez con qué sanador arrepentimiento se repiten: “Por qué, Señor. Por qué no me di cuenta antes”. Es importante que el cuidador/a –seguramente un familiar- que acompaña en ese momento al enfermo le ayude a asumir esta verdad con mucha serenidad. Cuando experimentan un arrepentimiento sincero mueren con mucha paz rodeados por el cariño de los suyos. Conviene recordar lo que dijo el gran poeta y místico Juan de la Cruz: “al final de la vida seremos juzgados acerca del amor”.

3.- Expresión sana de los propios sentimientos. Hay gente que antes de morir se ha arrepentido de no haber sabido expresar en cada momento la verdad de sus sentimientos. Se han inhibido y reprimido por falta de seguridad en sí mismos, y hoy se dan cuenta de que el haber sido así no les ha hecho bien. Ante la proximidad de la muerte perciben que muchos momentos de su existencia habrían sido más radiantes, de más luminosidad y menos amargura, si hubieran llevado una vida menos mediocre, más auténtica, más expresiva.

Los avances más logrados de la ciencia psicológica contemporánea nos advierten sin cesar de la necesidad de estos elementos que acabamos de citar. Los hitos cronológicos, como el comienzo de un nuevo año, pueden ser ocasión propicia para que nos comprometamos a dar importancia en la vida a lo que realmente la tiene: la fidelidad a sí mismo, la capacidad para expresar abiertamente lo mejor de nuestros sentimientos de amor, y desde luego andar por la vida con paso firme, mirando siempre a los ojos de los demás. Andar así equivale a construir con todos, especialmente con los más cercanos, el mundo nuevo que anhelamos. ¡Feliz año nuevo!

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA

LA ALEGRÍA ES CONTAGIOSA

Y por serlo, por ser contagiosa, cada uno tenemos nuestra responsabilidad en ser portadores de una alegría que partiendo desde nuestro interior, desde lo más íntimo de nuestro corazón, se irradie al exterior para que sea captada por otros y se puedan beneficiar de ella. Me dirán ustedes si acaso puede ser alegre alguien que se siente atenazado por un grave dolor, enfermedad, desgracia familiar, o por cualquier contrariedad de la vida. Les diré que sí, que esa persona también puede ser alegre, y de hecho muchas veces nos hemos encontrado con gente así en el cruce de caminos de la vida. ¿Quién de nosotros no conoce alguna mujer sencilla y amorosa, cuya vida está llena de problemas, y sin embargo sonríe a la vida?

Mucho depende de lo que entendamos por ser alegre, que es distinto a estar alegre. Nuestra lengua distingue muy bien entre el ser y estar. El ser denota algo que toca el núcleo de la personalidad, el centro de mi propio ser y existir; ser de una manera u otra significa que la persona pertenece a un modo de existencia que probablemente es la marca de sí mismo, su característica propia y existencial. Así puedo decir que soy chileno, y lo seré toda la vida; soy hombre, soy mujer, soy blanco o negro. El concepto estar es algo que pertenece más bien al mundo de lo transitorio; algo que puede estar o no, y no por eso cambia la esencia de mi personalidad. Alguien puede estar enfermo sin ser una persona enferma, puede estar enojado sin ser una persona enojona, puede estar alegre sin ser una persona alegre.

No pretendo en estas breves líneas hacer una clase de filosofía, y por supuesto que a todo lo que acabo de decir se le pueden añadir muchas advertencias, matices y hasta correcciones. Sólo quiero decir que hay personas que son alegres de adentro, de lo profundo de su ser, y que esa alegría permanece en ellas aunque en un momento dado de sus vidas se sientan abatidas por la tristeza de los acontecimientos pesarosos que nunca faltan en la vida de las personas. Hablo de la alegría verdadera, de esa alegría muchas veces silenciosa, nada ruidosa ni bullanguera, que se anida en el corazón de las personas y produce una gran paz interior que se irradia al exterior. Es la alegría de mucha gente sencilla, de hombres y mujeres de corazón limpio, de mirada limpia, de mente amplia, de pensamientos nobles, que nos contagian su paz y alegría cuando apenas cruzamos con ellos las primeras palabras o la simple mirada. Lo escuchamos en el lenguaje corriente: “ese hombre, esa mujer, tiene algo que cautiva con solo mirarle a los ojos. Esa mujer, ese hombre no sé qué tiene, pero lo cierto es que cada vez que se cruza en mi vida me contagia una enorme paz que me dura todo el día”. Expresiones así las hemos escuchado de vez en cuando.

Es verdad: la alegría es contagiosa; la alegría se comunica, y al comunicarse se renueva. Es así porque los seres humanos no somos islas; somos seres sociables que hemos nacido de la relación de un hombre y de una mujer, y conservamos para siempre la marca de lo relacional. Somos menos hombre y menos mujer cuando permanecemos aislados, cuando nos encerramos en nuestro egoísmo individualista y no nos comunicamos. Es entonces también cuando nos invade la tristeza. La tristeza en que se agotan algunas personas de nuestro entorno puede deberse a esta corriente de nuestro mundo que con sus ofertas exitistas y engañosas hace creer que la felicidad se encuentra donde no es posible hallarla: en una forma de vida egoísta, encerrada en la propia complacencia, en una forma de vida cómoda y avara.

Se acerca la Navidad. El protagonista de esta fiesta –aunque a veces se nos olvide- es aquel niño Jesús que nació pobre y humilde en Belén, pero que fue un gigante en la defensa de la Vida, de la Justicia y del Amor incondicional a todo hombre y mujer, sin fijarse en apariencias externas. La paz que brota de su mensaje a toda persona de buena voluntad es la paz que brota también de todos aquellos que saben vivir la vida sencilla, contagiosa de alegría. Feliz Navidad.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA

EL AMOR HABLA EN SILENCIO

Recuerdo de mi infancia una coplilla andaluza que se comía sílabas al ser cantada en tonada popular, pero que se entendía muy bien: “Tu madre no dice ná; es de las que habla con la boquita cerrá”. Es verdad, el silencio, cuando es un silencio basado en el amor, es lo más locuaz que hay. Dicho de otra manera: el amor habla por sí mismo, no necesita de palabras ni gritos, ni de sonoros discursos. Él mismo, con sus gestos y sus hechos, es la gran palabra. El amor no es ruidoso, no hace barullo; mi sabia abuela decía que el amor camina silencioso y discreto como en zapatillas de andar por casa. Es eficaz, ejecutivo, práctico y concreto, actúa siempre según lo que haga falta, pero no se hace propaganda publicitaria ni pregona a los cuatro vientos nada de lo que hace.

Mis lectores estarán de acuerdo, al repasar mentalmente nombres de las personas más amorosas que conocen, que efectivamente son personas sencillas y nada ruidosas ni alharacas. Al contrario, verán que conocen otras personas muy ruidosas e hinchadas de sí mismas, pero que para nada son ejemplos de un verdadero amor.

Tenemos que recuperar en nuestra sociedad el silencio y el amor. Estamos demasiado volcados al exterior, al mundanal ruido, abrumados por demasiadas voces que nos aturden, y eso no nos hace bien. Vivir así nos hace daño porque nos dedicamos a lo accidental y secundario olvidándonos de lo esencial y principal. El silencio no consiste solo en callar y no hablar; eso también lo puede hacer la persona tímida y acomplejada que no habla porque tiene miedo a hacer el ridículo. No, el silencio al que me refiero es mucho más: va unido al amor, y por lo tanto a la justicia, sinceridad y verdad. Es un silencio que tiene mucho que decir, y lo dice, con su misma actitud luchadora y consecuente.

Este silencio es una actitud positiva que lleva a la observación de la verdad, de la realidad, la analiza con seriedad, y a continuación actúa en consecuencia. Por eso esta es la actitud de los verdaderos revolucionarios como Gandhi, San Alberto Hurtado, Nelson Mandela, Jesucristo y muchos más. No hay revolución más seria y poderosa que la que procede de un corazón invadido por el amor; estas son las personas que actúan en consecuencia y cuya fuerza no la detiene nadie.

El silencio es la condición previa para este tipo de amor. Gracias al silencio, a la reflexión serena, a la meditación profunda, podemos entrar en el discernimiento que nos ayuda a las buenas y acertadas respuestas que nos exige el compromiso del amor. El amor consiste en salir de sí mismo para ir al otro, y eso no lo puede hacer quien se encuentra ofuscado y perturbado a causa del ruido externo y de las angustias que lo invaden. Las situaciones estresantes, las ansiedades que produce el consumismo, el afán de poseer y compararse con los demás, nos llevan a una situación de ánimo que nos obliga a vivir a la defensiva. Una situación así, lejos de ayudarnos a salir de uno mismo para ir al otro, nos lleva a encerrarse en uno mismo y a ver al otro como un peligro o un virtual enemigo del que hay que defenderse.

El amor con su silencio pacificador no nos separa del mundo sino que nos compromete con el mundo para su liberación, para su renovación. Este es el amor de tanta buena gente que ingresa a voluntariados de toda índole, que participa en movimientos ecológicos, pero sobre todo que está atenta a las necesidades del prójimo para acudir en su ayuda, no en forma asistencialista, sino para colaborar a la toma de conciencia, paso primero hacia la acción autoliberadora.

Este silencio y este amor no se encuentra en los programas escolares de nuestro sistema educacional; hay que mamarlo en el propio hogar, al calor de la educación familiar. Es ahí donde cada uno de nosotros podemos aprender que el amor verdadero consiste en salir de nosotros mismos para ir hacia cada hombre y cada mujer, donde encontramos lo que nos falta a cada uno para ser más plenos y completos. El amor que se cierne en el silencio profundo nos lleva a las periferias y nos construye la propia felicidad mientras colaboramos a la felicidad de los demás.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA

TE DOY MIS OJOS (Violencia en la pareja)

“Te doy mis ojos”, así se titula una conocida película española que habrán visto seguramente varios de mis lectores, y que yo he compartido en las clases de psicología con mis queridos estudiantes de la Universidad del Bío-Bío. El argumento se refiere a la violencia en la relación de pareja, especialmente a la violencia del hombre contra la mujer, violencia que según leemos en la prensa de estos días, es muy frecuente en Chile y que se da también en parejas muy jóvenes, en la relación de pololeo y noviazgo.

Hay una escena de la película que me conmueve cada vez que la veo, una escena que en lenguaje cinematográfico dice mucho –por no decir todo-  lo que encierra y significa psicológicamente la violencia en la pareja. En la escena vemos a los protagonistas, marido y esposa, en su intimidad sexual; vemos un hombre y una mujer aparentemente muy normales, que se aman mucho, que se dicen cosas lindas y hasta románticas mientras viven su encuentro amoroso. Diríase que nos encontramos ante el matrimonio ideal. Pero de pronto, he aquí la fuerza del lenguaje cinematográfico, la cámara se desvía de los protagonistas y nos enfoca a lo lejos el Alcázar de Toledo, deteniéndose unos instantes en esa imagen. ¡Qué horror! Todos los españoles de mi generación (los llamados “niños de la guerra”) y todas las personas conocedoras de la historia del siglo XX saben muy bien lo que simboliza el Alcázar de Toledo, sobre todo en el contexto de la película: la máxima violencia y brutalidad de la guerra.

De alguna manera está contenido en esa escena lo que suele ocurrir en los llamados “amores violentos”: lindas declaraciones de amor, el hombre violento repite una y otra vez que nunca más, “que a ti, querida mujer mía, te amo sobre todas las cosas, que sin ti mi vida no tiene sentido, que ni me acuerdo de lo que pasó aquella vez. Tú sabes, amor mío, que fue porque me provocaste, pero que yo te amo y que ahora no quiero que te vuelvas a acordar de aquello. Además, ya ves que estoy cambiando, y te prometo y juro por Dios, y por nuestros hijos y por lo que más quieras, que nunca más, que ahora seré distinto, que te voy a sorprender. Solo te pido, mi amor, que creas en mí”. Así se suelen expresar estos hombres una y otra vez, pero en el horizonte, como telón de fondo, aparece el fantasma del Alcázar de Toledo, la violencia sigue presente.

Así suele ser el perfil psicológico de las personas violentas en la relación de pareja, sobre todo de los hombres violentos. En muchos casos son hombres de personalidad insegura, de baja autoestima, con reacciones iracundas a flor de piel que no son capaces de controlar, suelen ser personas incapaces de expresar sus sentimientos y emociones en forma adecuada. Su misma inseguridad y baja autoestima los lleva a ser portadores de una agresividad generalizada que se expresa en diversos síntomas o manifestaciones: intrusean en la vida privada de la persona amada, espían los contactos de su teléfono, correo, Facebook, le hacen verdaderos seguimientos de tipo casi policial para espiar todos sus pasos, etc. etc. Como vemos, todas estas formas de actuar tienen un denominador común transversal: la falta de confianza. Así es el individuo violento: la inseguridad en sí mismo, la falta de confianza en sí, le hace ser un desconfiado de los demás, especialmente de la persona supuestamente amada. Estas maneras de actuar son síntomas de una violencia psicológica que más adelante se transformará en violencia física.

¿Qué hacer ante una situación así? Es aconsejable una buena terapia de pareja y también individual. Mientras el problema se resuelve es recomendable tomar distancia de la persona violenta, alejarse a tiempo, antes de que sea demasiado tarde. Pero lo más importante: prevenir. Ello se logra sólo mediante una buena educación afectiva y emocional desde niños, en el seno de la propia familia.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA

GESTOS DE FRATERNIDAD

En este mes de la patria podemos reflexionar sobre nuestro aporte para la construcción de un Chile mejor. Una reflexión que nos viene insinuada desde la Psicología. Esta ciencia es muy preocupada del desarrollo personal, del desarrollo integral de cada hombre y mujer; habla de un desarrollo que conduce a la felicidad personal y social. Un desarrollo así no espera a que los políticos y dirigentes sociales emprendan la construcción de la sociedad; un desarrollo así empieza por la construcción de uno mismo, de su propia persona. Toda persona responsable, lo primero que hace, lejos de cruzarse de brazos, es poner la mano en el arado para colaborar en el trazado del surco donde vendrá la siembra.

Soy un convencido de que si cada uno de nosotros nos convertimos en mejores personas, Chile será más “dulce patria”, sociedad más justa y equitativa. Es cierto quizá, que tú y yo no podemos hacer grandes cosas ni cambiar la realidad de Chile de la noche a la mañana, pero lo que también es cierto es que lo que tú y yo no hagamos se quedará sin hacer. Tu aporte y el mío puede ser que no signifique más que una gotita en el océano, pero sin esa gotita el océano tendrá menos agua.

Creo mucho en la amabilidad de las personas y cómo las personas con nuestros gestos fraternos y amables podemos hacer milagros, podemos hacer el milagro de crear un mejor ambiente donde podamos vivir y movernos más a gusto. Nos quejamos de que existe a nuestro alrededor demasiada violencia y agresividad, ¿por qué no empezar a ser yo persona más tierna y acogedora? Créeme que también así se puede empezar a hacer patria. Bien sabes, amigo lector y amiga lectora, todo el bien que se puede hacer con una sonrisa salida del alma, con un buen trato a la persona que pasa a tu lado o a la que atiendes en tu oficina, en tu trabajo. Yo creo en la bondad de las personas, y creo que muchas personas todavía no han explotado del todo la bondad que anida en ellas.

Cierto, no soy ningún enajenado mental que desconoce la realidad en la que nos movemos. Bien sé que estamos rodeados de violencia, asaltos, egoísmos de todo tipo, negocios sucios, etc. Pero también sé que estamos llamados a construir un mundo nuevo donde reine mayor justicia, equidad y fraternidad. Me atrevo a pensar que el mes de la patria nos llama a eso. Por eso, desde estas sencillas líneas me atrevo a proponer que cada uno se pregunte a sí mismo algo así como: ¿qué he hecho yo o qué hago yo para que en el ambiente en que me muevo se viva una realidad más grata? Hay mucha gente que vive así, dando lo mejor de sí mismos día a día, pero no son noticia. No importa; lo importante es que haya personas así, y que tú y yo seamos una de ellas.

Construir una sociedad más justa, grata y vivible, empieza cuando en vez de tirar piedras al tejado ajeno comienzo por arreglar las goteras del mío. El egoísmo parte en retirada cuando yo mismo inicio actitudes de solidaridad sincera y voy creando conciencia de que además de la caridad existe la justicia, lo cual quiere decir que en un país donde hay mucho dinero, donde hay mucha riqueza, donde hay importantes ingresos, tiene que haber también una importante distribución equitativa de dichos ingresos. Esta justicia distributiva es necesaria para que todos los hombres y mujeres de Chile puedan vivir de acuerdo a las exigencias de su dignidad humana. Por eso importa, que cada uno, ahí donde sea que se encuentre, aporte con su manera de ser y vivir lo mejor de sí mismo hasta que se desarrolle la gran conciencia social que cambiará la cara de Chile. Entonces será un Chile más bonito todavía. Felices fiestas.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE. DOCTOR EN PSICOLOGÍA

LA MUJER DE NUESTRO TIEMPO

Nuestro discurso es claro y todos coincidimos en él. Afirmamos sin vacilación alguna que en una sociedad moderna y desarrollada la mujer no puede ser excluida. Afirmamos que desempeña cualquier cargo, trabajo y oficio con igual o mejor eficiencia que el hombre. 

A nadie se le ocurriría en el mundo de hoy dudar de la dignidad de la mujer, o afirmar que la mujer tiene que estar sometida al varón. Cuando escuchamos algo así, o cuando de países de otras culturas nos llegan noticias acerca de mujeres postergadas, condenadas, oprimidas por legislaciones patriarcales y machistas, nos admiramos, nos extrañamos, y nos indignamos. Nos parece mentira que haya lugares donde todavía ocurran acontecimientos de este tipo, del todo abominables por su repugnante machismo. Sin embargo, si fuéramos más autocríticos veríamos que entre nosotros existen algunas actitudes más o menos cínicas, que corresponden todavía a resabios de una cultura machista no del todo superada.

Es un pensamiento que me viene estos días a la mente cuando me encuentro sometido a un largo tratamiento de radioterapia contra el cáncer que me aqueja, que me permite gozar de tiempo para leer, orar, escuchar. Converso con mis colegas de dolencia mientras esperamos el turno para la terapia y hasta me van surgiendo nuevas amistades (en todo hay siempre algo bueno). Somos personas de todo tipo y de todas las edades. Aparecen mujeres que además de la radiación han sido sometidas a la quimioterapia. En ese grupo femenino veo también todo tipo de reacciones: desde las mujeres que lo están llevando muy bien, positivas, valientes, esperanzadas, con buen humor, hasta las que se decaen, se deprimen y usan expresiones como: “me da miedo mirarme al espejo”; “tú, sabes... a una ya los hombres no la miran igual”, “la autoestima se me ha ido al suelo”, etc. Naturalmente que en esos minutos de espera trato de hacer mi laborcilla de levantamiento de ánimo.

Pero me pregunto: ¿Qué pasa con nosotros, qué hemos hecho en nuestra sociedad? ¿Qué hemos hecho de la mujer en nuestros medios de comunicación? ¿Qué concepto prevalece acerca de ella? ¿Qué ha pasado para que una mujer, a causa de una determinada alteración física, no se atreva a mirarse al espejo? A mí, que soy cristiano (mal cristiano) ¿Qué me dice Jesucristo acerca de la dignidad de la mujer? Son torrentes de preguntas que no soy capaz de resumir en esta sencilla reflexión que comparto con mis bondadosos lectores.

Y me respondo que somos unos cínicos. Decimos que creemos en la mujer, en su valía y dignidad, en su autonomía propia; decimos que se superaron los tiempos en que ella era mirada en menos ante la prepotencia del varón. Pero veo que en determinados ambientes de mi amado Chile todavía no solo no se han superado modelos reductivos y machistas de mujer sino que se promueven; basta recordar algunos ejemplos: afán de algunas personas por reducir el papel de la mujer solo al de esposa y madre; papel de la mujer como objeto útil para la propaganda, con fines publicitarios a favor de ciertos productos; instrumentalización de la mujer como elemento decorativo en la ejecución de determinados eventos sociales y promoción de empresas; y por si fuera poco ahí están las funestas estadísticas acerca de la violencia doméstica contra la mujer.

Urge por lo tanto que seamos sinceros con nosotros mismos y lleguemos a una clara conclusión: lo que sabemos en teoría acerca de la mujer hay que llevarlo a la práctica. Es necesario a nivel de familia, escuela, universidad, iglesia, actores políticos, medios masivos de comunicación social, promover una generalizada toma de conciencia para que efectivamente se acabe con toda manipulación de la imagen femenina en la cultura actual, y la mujer adquiera el protagonismo que le corresponde en todos los ámbitos de la sociedad.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
Sacerdote. Doctor en Psicología


FORTALEZA DEL PERDÓN

Hay que ser muy fuertes para saber perdonar. Por eso la capacidad del perdón está considerada entre las actitudes propias de la persona mentalmente sana y saludable. Autores psicólogos consideran que el perdón es una defensa muy positiva para reaccionar sanamente contra determinados hechos dolorosos.

Ante el dolor que nos causan tantos pequeños o grandes dramas de la vida como la infidelidad, el engaño, la traición, la mentira, la violencia, etc. etc., el perdón, en vez dejarnos indefensos y abatidos, nos ofrece una poderosa herramienta para superar el drama y salir airosos de la prueba.

Es muy diferente a lo que imaginan algunas personas. Creen que perdonar es signo de debilidad y blandura; que si alguien perdona siempre, nadie le respetará y se expondrá a que siempre se rían de él/ella. Pero la verdad es otra: quien haya vivido la experiencia del perdón sincero y profundo entiende bien lo que estoy diciendo. Una persona que sabe perdonar de corazón es muy fuerte y auténtica, ante todo porque es humilde, y la humildad no tiene nada que ver con la cobardía. Es humilde porque en el fondo reconoce que ella también ha ofendido alguna vez y le encantó que la perdonaran. La perdonadora es una persona que conoce y reconoce sus limitaciones, pobrezas y miserias. Por eso se deja gobernar por la clemencia y misericordia, más que por la venganza y ajuste de cuentas; por eso es capaz de compadecerse del ofensor y proporcionarle una segunda oportunidad. Sabe que si a la ofensa responde con la venganza se establecen espirales de violencia y círculos viciosos de revancha que no terminan nunca.

La capacidad del perdón no es incompatible con la exigencia de justicia. Puedo perdonar a quien me ha robado, pero a la vez, sin ánimo de revancha o desquite alguno, le debo hacer tomar conciencia de que ese dinero no es suyo, y que lo debe devolver a su dueño o entregárselo a quien lo necesite. La persona que ha sido ofendida y sabe perdonar, también sabe exigir sus derechos para hacer valer lo que en justicia le corresponde. Por eso sabrá defenderse de las violencias injustas, y esa mujer atropellada en su relación de pareja, dirá al machista violento que le perdona de todo corazón, que no le guarda rencor alguno, pero que hasta aquí hemos llegado: tú te irás por tu lado y yo por el mío. Sin dramas, sin gritos ni tragedias, sin venganzas ni ánimos revanchistas, pero con enérgica firmeza, esta mujer, perdonadora pero también defensora de su dignidad, ejerce su derecho sagrado a ser respetada.

El perdón no es amnesia. El perdón no significa que se nos vaya a olvidar aquella grave ofensa recibida; hay recuerdos que no se nos borrarán en toda la vida, pero la diferencia entre la persona rencorosa y la que perdona es muy clara. La rencorosa arrastra consigo un recuerdo intoxicado que le envenena la sangre y el alma continuamente; lleva sobre sí una pesada carga cual mochila de plomo sobre sus espaldas, de la que no es capaz de liberarse. El afán de venganza que se ha apoderado de ella le aviva continuamente el mal recuerdo, que seguirá causándole daño en forma permanente. De sobra es conocido el hecho de que el resentimiento y el rencor no le hace bien a nadie. Jamás veremos feliz a una persona rencorosa; se amarga sola. Al contrario, la persona que ha perdonado de corazón una ofensa grave, por supuesto que va a recordar el hecho –pues la misma experiencia traumática le impide que lo olvide- pero lo hace desde una menta sana, no intoxicada. Ahora ese recuerdo no le hace daño porque ya lo ha procesado a través del perdón sincero; ahora ya lo está mirando desde otra perspectiva que es la propia de la salud mental. Esta persona, al perdonar, se ha liberado de un peso pesado y ahora se preocupa de tareas constructivas en beneficio de sí misma y de los demás. Cuando perdono, soy yo la primera persona beneficiada.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
Sacerdote. Doctor en Psicología

EL AMOR NO SE COMPRA

Si en algo estamos de acuerdo la mayoría de las personas respecto al modo de vida que hoy prevalece, por lo menos en nuestro ambiente chileno, es que el consumismo nos domina. Este es el modo de vida que está de moda: todo se vende, todo se compra. Sin embargo no se vende ni se compra lo que es más importante en la vida: el amor.

Es además, esto del amor, el ingrediente indispensable para la felicidad. Nos lo dirán todos los estudios sobre la psicología humana, desde los más sencillos hasta los más complejos y sofisticados: sin amor no hay felicidad. Amar es el fundamento de nuestra vida. Es la experiencia con la que todos los hombres y mujeres normales se abren a la vida desde que nacen. Por eso el bebé recién nacido es capaz de sonreír a los pocos días de vida, respondiendo así a la sonrisa de su madre. Si teóricamente tuviéramos el caso de una madre que alimentara muy bien a su hijito y le suministrara las atenciones físicas necesarias pero no le diera cariño, cánticos, palabras, sonrisa, caricias, es casi seguro que su hijo crecería con alguna tara psicológica. El cariño, el arropamiento afectivo y emocional, la sonrisa y las palabras, son alimento tan necesario para el ser humano recién nacido, como lo es el alimento físico.

Por eso para ser felices es necesario aprender a amar bien. Cuando este aprendizaje no se ha logrado en buena forma vienen las distorsiones del amor. Una muy frecuente es la del amor deformado e inmaduro como tendencia a imaginarlo en forma psicológicamente pueril. Les sucede a las personas que al referirse al amor lo ven o lo sienten en forma pasiva y no activa: ¿soy yo amado/a? Vivir así el amor es muy problemático en todos los órdenes, pero especialmente en la relación de pareja. Una persona así es muy infantil y creerá que el amor lo tiene que comprar: siempre tendré que hacer méritos para que me quieran. En el fondo tiene una opinión muy pobre de los demás, pues piensa que nadie posee la capacidad de amar en forma generosa y gratuita. Es algo así como creer que todo el mundo ama o hace cosas buenas solo por interés y por sacar provecho de todo. Conocemos personas que viven preguntando a los demás cuánto le pagan por hacer esto o lo otro, o cuánto vale tal o cual cosa. Se sorprenden al ver a muchos jóvenes que parten a trabajos sociales de voluntariado durante sus vacaciones, o cuando un profesional es generoso y realiza su trabajo en forma gratuita a personas de escasos recursos. Hay personas tan poco educadas en el amor que no les cabe en su mente estrecha que otros puedan vivir y servir por solo amor.

Este es el problema del consumo que nos consume. Nos olvidamos de la gratuidad del amor, y de que sí que hay gente feliz sirviendo de corazón a los demás. Las personas infantilizadas en el tema del amor nunca serán felices porque vivirán pendientes de qué hacer para que el otro se fije en mí y vea que soy importante. Pierden naturalidad, libertad y espontaneidad. Son personas conflictivas, envidiosas, protagonistas de rivalidades sin cuento, víctimas de celos enfermizos. Es imposible que así sean felices.

El verdadero amor siempre es gratuito, sin esperar nada a cambio. Y por lo mismo, este es el amor que suele ser correspondido: Una persona que ama así, cae bien a los demás, da gusto estar con ella. Los demás la aman porque no la ven interesada ni manipuladora. Esto es lo que nos hace sentirnos felices. El amor se construye en uno mismo; ni se vende ni se compra.

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JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
Sacerdote. Doctor en Psicología

MUNDO NUEVO Y CORAZONES GRANDES

Mientras existan injusticias existirán hombres y mujeres que se rebelarán contra dichas injusticias. Pero hay rebeldes y rebeldes; no todos son iguales, ni todos merecen la misma aprobación y admiración. Como ocurre con los indignados que vemos en las marchas de protesta en cualquier lugar del mundo.

Mientras hay jóvenes y adultos que merecen el aplauso universal por su respeto, por su inteligente y educada manera de protestar, a veces hasta por su artística y creativa manera de hacerlo, nos podemos encontrar con otros que por su violencia, amargura y agresividad, entorpecen más que ayudan, en el proceso de las protestas justas. Sus conductas violentas merecen el rechazo de la sociedad.

Felizmente en nuestro mundo de hoy existen muchos hombres y mujeres de gran corazón; hombres y mujeres de corazón sensible que saben ponerse muy bien en el lugar de los demás, especialmente de los más pobres, débiles y marginados. El mes de mayo, que se inaugura con el día dedicado a conmemorar los esfuerzos emprendidos a lo largo de la historia por los trabajadores, en busca del respeto a sus justos derechos, puede ser ocasión propicia para describir el perfil de los hombres y mujeres de gran corazón, dispuestos a dar la vida por las causas justas.

Hay una ciencia psicológica conocida con el nombre de “Psicología de la Liberación”. En ella podemos encontrar elementos que nos llevan a una  descripción aproximada de estos hombres y mujeres que hemos llamado de corazón grande. Ante todo son hombres y mujeres normales y corrientes, sencillos de adentro; la sencillez les brota del alma y se irradia por todos los poros de su cuerpo. No son gente que gusta de tronos ni trapos relucientes para llamar la atención. No se hacen propaganda ni alardean de nada. No llevan otra vestimenta que la autenticidad, su amor a la verdad, su trasparencia limpia y clara como el agua cristalina. Pero a su vez su inteligencia penetrante y lúcida los conduce a realizar algunos momentos reflexivos que son sencillamente geniales. Aquí tienes, amigo lector y amiga lectora, algunas características propias de estas mentes lúcidas de corazón grande, que tomo de los autores que escriben sobre Psicología de la Liberación.

1.- Son personas atentas al mundo que les rodea. Perciben la realidad tal cual es. Con toda su objetividad cruda y radical. Sin paños calientes ni eufemismos. El sí es sí, y el no es no.

2.- Ante esta realidad surge en su corazón una sana indignación solidaria y humanitaria. Sin amarguras ni violencias, sin estridencias ni extravagancias. Saben por experiencia propia y de otros grandes hombres y mujeres que les han precedido, que no hay fuerza más fuerte, y no hay energía más enérgica que la del amor. Solo el amor, el auténtico, el de verdad, es incansable e infatigable en la perseverancia por las causas justas.

3.- Son exigentes consigo mismos para asumir el consecuente e ineludible compromiso personal y social al lado de los más necesitados.

No me negarán mis lectores que aquí nos encontramos con gente de verdadera valía, personas dignas de ser imitadas. Son las personas constructoras de cielos nuevos y tierras nuevas. Construyen cielos nuevos porque han empezado por construir tierras nuevas. Trabajan con denuedo por transformar la realidad, van por la vida pañuelo en mano para secar lágrimas, sin importarles si se trata de llantos merecidos o inmerecidos, y donde hay odio, ellos y ellas ponen amor. Son constructores de mundos nuevos.

Para Tejemedios escribió:
JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
Sacerdote. Doctor en Psicología