FORTALEZA DEL PERDÓN

Hay que ser muy fuertes para saber perdonar. Por eso la capacidad del perdón está considerada entre las actitudes propias de la persona mentalmente sana y saludable. Autores psicólogos consideran que el perdón es una defensa muy positiva para reaccionar sanamente contra determinados hechos dolorosos.

Ante el dolor que nos causan tantos pequeños o grandes dramas de la vida como la infidelidad, el engaño, la traición, la mentira, la violencia, etc. etc., el perdón, en vez dejarnos indefensos y abatidos, nos ofrece una poderosa herramienta para superar el drama y salir airosos de la prueba.

Es muy diferente a lo que imaginan algunas personas. Creen que perdonar es signo de debilidad y blandura; que si alguien perdona siempre, nadie le respetará y se expondrá a que siempre se rían de él/ella. Pero la verdad es otra: quien haya vivido la experiencia del perdón sincero y profundo entiende bien lo que estoy diciendo. Una persona que sabe perdonar de corazón es muy fuerte y auténtica, ante todo porque es humilde, y la humildad no tiene nada que ver con la cobardía. Es humilde porque en el fondo reconoce que ella también ha ofendido alguna vez y le encantó que la perdonaran. La perdonadora es una persona que conoce y reconoce sus limitaciones, pobrezas y miserias. Por eso se deja gobernar por la clemencia y misericordia, más que por la venganza y ajuste de cuentas; por eso es capaz de compadecerse del ofensor y proporcionarle una segunda oportunidad. Sabe que si a la ofensa responde con la venganza se establecen espirales de violencia y círculos viciosos de revancha que no terminan nunca.

La capacidad del perdón no es incompatible con la exigencia de justicia. Puedo perdonar a quien me ha robado, pero a la vez, sin ánimo de revancha o desquite alguno, le debo hacer tomar conciencia de que ese dinero no es suyo, y que lo debe devolver a su dueño o entregárselo a quien lo necesite. La persona que ha sido ofendida y sabe perdonar, también sabe exigir sus derechos para hacer valer lo que en justicia le corresponde. Por eso sabrá defenderse de las violencias injustas, y esa mujer atropellada en su relación de pareja, dirá al machista violento que le perdona de todo corazón, que no le guarda rencor alguno, pero que hasta aquí hemos llegado: tú te irás por tu lado y yo por el mío. Sin dramas, sin gritos ni tragedias, sin venganzas ni ánimos revanchistas, pero con enérgica firmeza, esta mujer, perdonadora pero también defensora de su dignidad, ejerce su derecho sagrado a ser respetada.

El perdón no es amnesia. El perdón no significa que se nos vaya a olvidar aquella grave ofensa recibida; hay recuerdos que no se nos borrarán en toda la vida, pero la diferencia entre la persona rencorosa y la que perdona es muy clara. La rencorosa arrastra consigo un recuerdo intoxicado que le envenena la sangre y el alma continuamente; lleva sobre sí una pesada carga cual mochila de plomo sobre sus espaldas, de la que no es capaz de liberarse. El afán de venganza que se ha apoderado de ella le aviva continuamente el mal recuerdo, que seguirá causándole daño en forma permanente. De sobra es conocido el hecho de que el resentimiento y el rencor no le hace bien a nadie. Jamás veremos feliz a una persona rencorosa; se amarga sola. Al contrario, la persona que ha perdonado de corazón una ofensa grave, por supuesto que va a recordar el hecho –pues la misma experiencia traumática le impide que lo olvide- pero lo hace desde una menta sana, no intoxicada. Ahora ese recuerdo no le hace daño porque ya lo ha procesado a través del perdón sincero; ahora ya lo está mirando desde otra perspectiva que es la propia de la salud mental. Esta persona, al perdonar, se ha liberado de un peso pesado y ahora se preocupa de tareas constructivas en beneficio de sí misma y de los demás. Cuando perdono, soy yo la primera persona beneficiada.

Para Tejemedios escribió:
JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
Sacerdote. Doctor en Psicología