Recuerdo de mi infancia una coplilla andaluza que
se comía sílabas al ser cantada en tonada popular, pero que se entendía muy
bien: “Tu madre no dice ná; es de las que habla con la boquita cerrá”. Es
verdad, el silencio, cuando es un silencio basado en el amor, es lo más locuaz
que hay. Dicho de otra manera: el amor habla por sí mismo, no necesita de
palabras ni gritos, ni de sonoros discursos. Él mismo, con sus gestos y sus
hechos, es la gran palabra. El amor no es ruidoso, no hace barullo; mi sabia
abuela decía que el amor camina silencioso y discreto como en zapatillas de
andar por casa. Es eficaz, ejecutivo, práctico y concreto, actúa siempre según
lo que haga falta, pero no se hace propaganda publicitaria ni pregona a los
cuatro vientos nada de lo que hace.
Mis lectores estarán de acuerdo, al repasar
mentalmente nombres de las personas más amorosas que conocen, que efectivamente
son personas sencillas y nada ruidosas ni alharacas. Al contrario, verán que
conocen otras personas muy ruidosas e hinchadas de sí mismas, pero que para
nada son ejemplos de un verdadero amor.
Tenemos que recuperar en nuestra sociedad el
silencio y el amor. Estamos demasiado volcados al exterior, al mundanal ruido,
abrumados por demasiadas voces que nos aturden, y eso no nos hace bien. Vivir
así nos hace daño porque nos dedicamos a lo accidental y secundario
olvidándonos de lo esencial y principal. El silencio no consiste solo en callar
y no hablar; eso también lo puede hacer la persona tímida y acomplejada que no
habla porque tiene miedo a hacer el ridículo. No, el silencio al que me refiero
es mucho más: va unido al amor, y por lo tanto a la justicia, sinceridad y
verdad. Es un silencio que tiene mucho que decir, y lo dice, con su misma
actitud luchadora y consecuente.
Este silencio es una actitud positiva que lleva a
la observación de la verdad, de la realidad, la analiza con seriedad, y a
continuación actúa en consecuencia. Por eso esta es la actitud de los verdaderos
revolucionarios como Gandhi, San Alberto Hurtado, Nelson Mandela, Jesucristo y
muchos más. No hay revolución más seria y poderosa que la que procede de un
corazón invadido por el amor; estas son las personas que actúan en consecuencia
y cuya fuerza no la detiene nadie.
El silencio es la condición previa para este tipo
de amor. Gracias al silencio, a la reflexión serena, a la meditación profunda,
podemos entrar en el discernimiento que nos ayuda a las buenas y acertadas
respuestas que nos exige el compromiso del amor. El amor consiste en salir de
sí mismo para ir al otro, y eso no lo puede hacer quien se encuentra ofuscado y
perturbado a causa del ruido externo y de las angustias que lo invaden. Las
situaciones estresantes, las ansiedades que produce el consumismo, el afán de
poseer y compararse con los demás, nos llevan a una situación de ánimo que nos
obliga a vivir a la defensiva. Una situación así, lejos de ayudarnos a salir de
uno mismo para ir al otro, nos lleva a encerrarse en uno mismo y a ver al otro
como un peligro o un virtual enemigo del que hay que defenderse.
El amor con su silencio pacificador no nos separa
del mundo sino que nos compromete con el mundo para su liberación, para su
renovación. Este es el amor de tanta buena gente que ingresa a voluntariados de
toda índole, que participa en movimientos ecológicos, pero sobre todo que está
atenta a las necesidades del prójimo para acudir en su ayuda, no en forma
asistencialista, sino para colaborar a la toma de conciencia, paso primero hacia
la acción autoliberadora.
Este silencio y este amor no se encuentra en los
programas escolares de nuestro sistema educacional; hay que mamarlo en el
propio hogar, al calor de la educación familiar. Es ahí donde cada uno de
nosotros podemos aprender que el amor verdadero consiste en salir de nosotros
mismos para ir hacia cada hombre y cada mujer, donde encontramos lo que nos
falta a cada uno para ser más plenos y completos. El amor que se cierne en el
silencio profundo nos lleva a las periferias y nos construye la propia
felicidad mientras colaboramos a la felicidad de los demás.
Para Tejemedios escribió:
JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA