Nuestro discurso es claro y todos coincidimos en
él. Afirmamos sin vacilación alguna que en una sociedad moderna y desarrollada
la mujer no puede ser excluida. Afirmamos que desempeña cualquier cargo,
trabajo y oficio con igual o mejor eficiencia que el hombre.
A nadie se le
ocurriría en el mundo de hoy dudar de la dignidad de la mujer, o afirmar que la
mujer tiene que estar sometida al varón. Cuando escuchamos algo así, o cuando
de países de otras culturas nos llegan noticias acerca de mujeres postergadas,
condenadas, oprimidas por legislaciones patriarcales y machistas, nos
admiramos, nos extrañamos, y nos indignamos. Nos parece mentira que haya
lugares donde todavía ocurran acontecimientos de este tipo, del todo
abominables por su repugnante machismo. Sin embargo, si fuéramos más
autocríticos veríamos que entre nosotros existen algunas actitudes más o menos
cínicas, que corresponden todavía a resabios de una cultura machista no del
todo superada.
Es un pensamiento que me viene estos días a la
mente cuando me encuentro sometido a un largo tratamiento de radioterapia
contra el cáncer que me aqueja, que me permite gozar de tiempo para leer, orar,
escuchar. Converso con mis colegas de dolencia mientras esperamos el turno para
la terapia y hasta me van surgiendo nuevas amistades (en todo hay siempre algo
bueno). Somos personas de todo tipo y de todas las edades. Aparecen mujeres que
además de la radiación han sido sometidas a la quimioterapia. En ese grupo
femenino veo también todo tipo de reacciones: desde las mujeres que lo están
llevando muy bien, positivas, valientes, esperanzadas, con buen humor, hasta
las que se decaen, se deprimen y usan expresiones como: “me da miedo mirarme al
espejo”; “tú, sabes... a una ya los hombres no la miran igual”, “la autoestima
se me ha ido al suelo”, etc. Naturalmente que en esos minutos de espera trato
de hacer mi laborcilla de levantamiento de ánimo.
Pero me pregunto: ¿Qué pasa con nosotros, qué hemos
hecho en nuestra sociedad? ¿Qué hemos hecho de la mujer en nuestros medios de
comunicación? ¿Qué concepto prevalece acerca de ella? ¿Qué ha pasado para que
una mujer, a causa de una determinada alteración física, no se atreva a mirarse
al espejo? A mí, que soy cristiano (mal cristiano) ¿Qué me dice Jesucristo
acerca de la dignidad de la mujer? Son torrentes de preguntas que no soy capaz
de resumir en esta sencilla reflexión que comparto con mis bondadosos lectores.
Y me respondo que somos unos cínicos. Decimos que
creemos en la mujer, en su valía y dignidad, en su autonomía propia; decimos
que se superaron los tiempos en que ella era mirada en menos ante la
prepotencia del varón. Pero veo que en determinados ambientes de mi amado Chile
todavía no solo no se han superado modelos reductivos y machistas de mujer sino
que se promueven; basta recordar algunos ejemplos: afán de algunas personas por
reducir el papel de la mujer solo al de esposa y madre; papel de la mujer como
objeto útil para la propaganda, con fines publicitarios a favor de ciertos
productos; instrumentalización de la mujer como elemento decorativo en la
ejecución de determinados eventos sociales y promoción de empresas; y por si
fuera poco ahí están las funestas estadísticas acerca de la violencia doméstica
contra la mujer.
Urge por lo tanto que seamos sinceros con nosotros
mismos y lleguemos a una clara conclusión: lo que sabemos en teoría acerca de
la mujer hay que llevarlo a la práctica. Es necesario a nivel de familia,
escuela, universidad, iglesia, actores políticos, medios masivos de
comunicación social, promover una generalizada toma de conciencia para que
efectivamente se acabe con toda manipulación de la imagen femenina en la
cultura actual, y la mujer adquiera el protagonismo que le corresponde en todos
los ámbitos de la sociedad.
Para Tejemedios escribió:
JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
Sacerdote. Doctor en Psicología