Los signos litúrgicos de la Pascua de Resurrección nos hablan de luz, júbilo, alegría, encuentro, superación de las dificultades. El hecho ya lo conocemos: hace tres días que Jesús ha muerto y sus discípulos se encuentran anímicamente bajo una angustia de muerte. Están desconcertados, desanimados, algunos de ellos parecen deprimidos casi al máximo. Una de estas facetas de angustia mortal se ve reflejada en el hecho de la dispersión, separación, abandono. Desde el momento en que toman preso a Jesús, estos hombres, llenos de miedo, se dispersan cada uno por su lado, se encuentran desconcertados, y con sentimientos de culpa porque han abandonado al amigo. Han caído en una seria crisis de angustia.
El estado anímico de estos hombres refleja con bastante exactitud lo que nos pasa a cualquiera de nosotros ante situaciones parecidas. El ser humano es tan humano ahora como hace veinte siglos. Cuando vivimos situaciones de angustia nos bloqueamos, nos desconcertamos, nos desorientamos, perdemos el norte. Este desconcierto es vivido por cada uno de una manera característica que le es propia, pero siempre hay algo común que es transversal a todas las personas: el desconcierto, la angustia, el sentimiento de baja autoestima relacionado con el sentimiento de culpa. Todo parece perdido, no se ve ninguna luz, todas las puertas parecen cerradas. Por eso, generalmente, la persona que vive este estado psicológico de angustia y depresión tiende a aislarse, esconderse, no quiere participar con los demás. Pero felizmente, de pronto aparece la luz, se abren nuevas posibilidades, la vida comienza a sonreír.
Es lo que ocurre a los discípulos de Jesús cuando son testigos de que su amigo ha resucitado. Y ellos resucitan con Él. En términos psicológicos podemos hablar del efecto de la resiliencia. Cuando es de esperar que esta persona reaccione a la baja y se hunda en el abismo más profundo de la depresión, angustia, o reaccione con conductas y comportamientos cada vez más negativos y desastrosos, esta persona se levanta –con sorpresa para sí misma y para los demás- y renuncia a quedarse en el suelo, abatida y postergada. ¡Se ha levantado resucitada! Esto es lo que constatamos todos los días en tantos hombres y mujeres que se superan a sí mismos, y que continuamente se siguen superando.
Conviene advertir algo muy importante:
En el proceso de superación pueden intervenir acontecimientos, personas determinadas, incluso hechos que nos parecen nimiedades minúsculas, a las que antes no habíamos concedido importancia alguna. Y también ocurre algo similar en
Cuántas veces en nuestra vida, de donde menos lo esperamos, y por donde menos sospechamos, viene el acontecimiento, el empujón que nos remece y nos hace levantar de nuevo. Todos, todos los días, necesitamos entrar en proceso de resurrección, renovación y superación. Feliz Pascua de Resurrección.
Para Tejemedios
José Luis Ysern de Arce
Sacerdote, Doctor en Psicología
Abril 2012.