Desde niños escuchamos en villancicos y canciones navideñas la inolvidable frase: Paz a los hombres de buena voluntad. Y es que la Navidad al celebrar el nacimiento de Jesucristo, príncipe de la paz, nos llama a mantener vivos esos sentimientos de paz, diálogo, acercamiento entre las personas. Independientemente de que seamos creyentes o agnósticos, la fiesta de Navidad es, debe ser, para todo hombre y mujer de buena voluntad, un llamado a reforzar sentimientos de paz, reconciliación, solidaridad.
Es bueno empezar por la reconciliación consigo mismo. Todos tenemos experiencias, vivencias, conductas de las que podemos gloriarnos y sentirnos orgullosos, pero también tenemos otras que nos avergüenzan, humillan, nos hacen sentir mal con nosotros mismos. Son las luces y sombras que acompañan la vida humana. Ninguna persona normal puede escaparse de ese caminar entre luces y sombras. Un signo de madurez psicológica es saber aceptar nuestras sombras, caídas, fallas y errores, con la misma naturalidad que aceptamos nuestros aciertos, bondades y virtudes. Sólo cuando nos reconciliamos con nosotros mismos aceptando nuestra verdad tal como ella es, con lo agradable y desagradable, es como podremos sentirnos verdaderamente libres y podremos caminar en forma más plena hacia nuestro mejor desarrollo personal.
Una vez lograda la reconciliación consigo mismo viene por sí sola la reconciliación con el otro, con los demás. La Navidad es una ocasión muy propicia para motivarnos a esa reconciliación con los demás. ¿Quién no ha ofendido alguna vez a alguien? ¿Quién no ha sido alguna vez ofendido por otro? Las personas de buena voluntad saben pedir perdón y saben conceder el perdón. Esa actitud del perdón solicitado y del perdón otorgado contribuye sin duda a nuestra dicha, a nuestra paz interior. Nuestro mundo, tal como nos lo presentan los grandes medios masivos de comunicación, parece estar saturado de violencia, miedos, inseguridades. No negamos esa realidad, pero también es cierto que los acontecimientos de bondad, entrega, generosidad, son quizá más frecuentes que los otros; pero estos, los de diálogo y cercanía, los de proximidad y ayuda, puede ser que no llamen tanto la atención y por eso no hacen noticia. Ante los hechos de atropello a la dignidad humana, ante los acontecimientos de violencia que acarrean tanto sufrimiento a personas inocentes, la Navidad es una respuesta de todo hombre y mujer de buena voluntad a la llamada del hombre que sufre.
Vivir la Navidad significa andar con ojos y oídos bien abiertos para escuchar el clamor de tantas personas que sufren injustamente. Todo hombre bien nacido, toda mujer bien nacida, no puede permanecer indiferente al dolor ajeno. El consumismo que suele adueñarse del modo de vida de estos días no puede convertirse en una especie de narcótico que nos impida ser sensibles a la realidad poco feliz de tantas personas. La Navidad nos enseña a compartir los mismos anhelos de justicia y paz para todos, a la vez que nos motiva a compartir el mismo horror y rechazo hacia todo lo que se aleja del ideal humano de justicia, libertad, paz. Dios nos ha hecho hermanos para que nos tomemos de las manos. Feliz Navidad.
Para Tejemedios
Padre José Luis Ysern de Arce (Diciembre 2012)