Quien me haya seguido en las sencillas reflexiones
que aparecen en las sucesivas ediciones de Tejemedios, habrá podido darse
cuenta de que de vez en cuando mis comentarios incluyen la interpretación
psicológica de alguna escena bíblica. También lo haré ahora. Invito a mis
lectores a fijarse en una conocida escena presente en el libro del Éxodo, en
los primeros versículos del capítulo 3. Vemos al bueno de Moisés muy extrañado
ante el espectáculo de un matorral de zarza que lleva rato ardiendo y no se
consume nunca. Al acercarse escucha la voz de Dios que le da una orden:
“Quítate la sandalias porque el sitio que pisas es sagrado”.
Esto es muy bonito; podemos hacer de este relato
una lectura psicológica que tiene validez para todos nosotros, personas de fe o
agnósticas.
Necesitamos quitarnos las sandalias. ¿Por qué? Por
el significado del gesto: respeto máximo. Porque en nuestra vida común y
corriente estamos continuamente interactuando con otras personas, y esas
personas son sagradas. Esas personas merecen todo nuestro respeto. Quitarse las
sandalias tiene un significado simbólico de despojo, de desprendimiento de
prejuicios y estereotipos que perjudican frecuentemente la pureza y luminosidad
limpia y cristalina que debe caracterizar nuestras relaciones humanas. Quitarse
las sandalias encierra el simbolismo de despojarse de poder por un lado, y por
otro pisar suelo, polvo, barro; todo aquello que me hace tomar “cable a tierra”
para no evadirme de la realidad ni escaparme de mis responsabilidades.
En nuestro lenguaje triunfalista del mundo exitista
que nos domina, suelen oírse frases que aluden al caminar por la vida “pisando
fuerte”, haciéndose oír para que sepan que “aquí vengo yo” y que mis pisadas
marcan huella. Pues bien, el simbolismo de quitarse las sandalias es todo lo
contrario, y en ese sentido es revolucionario y subversivo porque viene a
implantar otras actitudes que son a contracorriente de esa ideología
avasalladora. Este simbolismo privilegia el estilo del caminar sencillo y
silencioso, del acercarse al otro con respeto, de no pretender imponer nada a
nadie. Es un estilo que invita a evitar el pisar fuerte de las jactanciosas
botas de los prepotentes. Es una invitación a pensar que la vida de cada uno es
sagrada porque cada persona es un misterio insondable lleno de trascendencia.
En una palabra, el gesto de quitarse las sandalias que hace Moisés es un gesto
de respeto, es un himno, un canto al respeto por el otro, porque el otro es un
ser de máxima dignidad, insondable para mí. El otro es alguien no manipulable,
por lo que merece todo mi aprecio y consideración.
No es esto lo que vemos frecuentemente en nuestras
relaciones sociales; no es esto lo que solemos practicar en nuestras relaciones
familiares, laborales, ciudadanas. Es bien significativo que después de esta
escena de la zarza, Moisés, ya ligerito de equipaje y de pisada frágil, se
encaminó a Egipto para solidarizar con un puñado de hombres y mujeres que
estaban siendo vilmente esclavizados y oprimidos por la prepotencia de aquel
sistema faraónico.
Estas mis humildes y pobres líneas tienen una gran
pretensión: la de la gotita de agua. Sí, pequeña es una gotita de agua, pero
contribuye a formar un lago y una corriente y un océano. Mi pretensión es que
por lo menos uno solo de los lectores en cuyas manos caiga esta reflexión,
pueda sentirse tocado por ella y se convierta así en gotita de agua; seguro que
se juntará con otras personas a las que transmitirá sus inquietudes, y juntos
acabarán (acabaremos) formando importante torrente.
Así se van construyendo las
distintas corrientes de opinión que lograrán cambiar los cursos de malsanos
estilos de vida, dando paso al hombre nuevo y a la mujer nueva, que camina sin
sandalias por creativos senderos, sin dejar más huella que la de los humildes
pies descalzos.
Para El Examinador.cl
JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA