PORTADORES DE ESPERANZAS

Escribo estas líneas cuando las radios y otros medios nos informan minuto a minuto del terremoto de gran intensidad ocurrido en el norte de Chile el día 1 de abril de 2014. Me ha llamado la atención la actitud de ayuda de algunas personas, especialmente jóvenes y cómo, al ser entrevistadas, a la vez que solidarizan con el dolor de las personas afectadas por la tragedia, muestran una gran satisfacción interior que brota de su corazón solidario, de su alma ayudadora. Es que es así; se cumple aquella expresión de Jesucristo: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20, 35). No solo en las tragedias por causa de la naturaleza aparecen las personas que ayudan; estas personas aparecen siempre y en todas partes. Hay gente que ha nacido para ayudar a los demás, viven ayudando y morirán ayudando. Estas personas tienen una linda virtud: se dan cuenta de la necesidad del otro antes de que el otro pida ayuda. Adivinan dónde está el clamor de socorro aun cuando este clamor se produzca a través del silencio y no haya sido percibido por los demás. Personas lindas de linda sensibilidad altruista.

Sabemos que siempre habrá personas que tienen que ser ayudadas, al igual que tú y yo, amado lector/a, hemos necesitado muchas veces la ayuda de otros. Por eso, a la vez que felicitamos y nos congratulamos con las personas solidarias, con las personas que gozan de una facilidad especial para darse cuenta de los problemas de los demás, también felicitamos a las personas que saben pedir ayuda. Quien pide ayuda se salva. Sí, se salva porque reconoce su problema, porque es suficientemente humilde como para aceptar que está mal, que no se la puede con sus solas fuerzas y que necesita del buen compañero/a de camino que le eche la mano oportuna en el momento oportuno. 

Esta mano oportuna es la del hombre o mujer de buen criterio que sabe que para ayudar a la persona angustiada no sirve de nada decirle que otros están en peor situación, que deje de pensar en los asuntos que tanto le preocupan y que distraiga su mente en otros asuntos. Decir eso a una persona angustiada no sirve de nada; son consejos que reflejan la buena intención del consejero pero son consejos baratos que no surten efecto, pues qué más quisiera la persona deprimida y angustiada que poder sonreír a la vida y dejar de pensar en los temas que la agobian.

Por eso la persona ayudadora de verdad más que dar consejos y recetar fórmulas hechas se dedica a escuchar, a escuchar de corazón, a escuchar de esa manera que los psicólogos llaman “escucha activa”. La escucha activa permite que la persona angustiada se desahogue, saque todo lo que la ahoga y oprime, si es necesario con llanto y lágrimas. La escucha activa es la que practica quien ayuda de corazón. Ayuda porque se pone en el lugar del otro, empatiza con su realidad, escucha atentamente sin interrumpir y sin juzgar. Quien sufre de angustia, desolación, cansancio de la vida, depresión, miedo paralizador, solo necesita ser escuchado con alma y calma. Cuando nos encontramos en situación de aflicción, más que consejos necesitamos sentir junto a nosotros la cercanía sincera del amigo/a que sabe arroparnos mediante su escucha atenta, cálida, cariñosa.

Esta es la persona que de verdad ayuda y cuya ayuda es eficaz. Son personas salvadoras porque no se consideran salvadoras de nadie; solo pretenden acompañar al dolido porque saben que el dolor compartido es menos dolor. Por eso la persona que mejor colabora y ayuda, la persona que es verdadero salvavidas de otros, es aquel hombre, aquella mujer, que es persona tranquila, serena, sensata, pacífica, comprensiva, abierta de mente, sencilla humilde. Personas así pasan por la vida haciendo el bien. Como decía mi abuela son gentes que pasan por la vida silenciosas, sin hacer ruido, como en zapatillas de andar por casa para no molestar con sus pisadas, pero dejan tras sí una luminosa estela de esperanza. Felicidades a quienes pasan por la vida siendo portadores de esperanzas.

Para El Examinador.cl
JOSÉ LUIS YSERN DE ARCE
SACERDOTE, DOCTOR EN PSICOLOGÍA