Si hacemos caso al bueno de Calderón de la Barca, ya sabemos que los sueños, sueños son. Pero no es menos cierto que hay sueños benditos, sueños de mejoría personal y social que si nos lo proponemos en serio, los podemos hacer realidad. Cualquier día es bueno para iniciar ese empeño de mejoría, pero parece que la fecha de un año nuevo nos invita, con el mismo calendario, a cambiar de hoja para iniciar una vida nueva y mejor. ¿Por qué no soñar con un mundo posible que sea mejor que el que tenemos? ¿Por qué no soñar con una sociedad chilena donde abunde la justicia social y se haga mutis por el foro la inequidad, la avaricia consumista, la agresividad prepotente?
Aunque corra el peligro de parecer ingenuo invito a mis lectores a soñar con esa sociedad y aponer manos a la obra para lograrlo. Una actitud así, empieza cuando nos decidimos a mirar hacia delante y dejar atrás el pasado que nos hace daño. Los psicólogos enseñan muy bien que los traumas, sinsabores y malas experiencias del pasado, nos ayudan a energizar nuestra personalidad, si es que no nos quedemos fijados en ese pasado negativo, sino que sabemos asumirlo para liberarnos de sus efectos destructores y, a partir de esa experiencia, aprendemos a construir en mejor forma el futuro.
Cierto: no podemos quedarnos fijos en el pasado. Hay que mirar hacia delante con nuestros pulmones llenos de esperanza. La esperanza no es espera pasiva a que surjan los acontecimientos: ella es una virtud de carga positiva precisamente porque impide que nos quedemos de brazos cruzados. Nos impulsa a ser dinámicos, activos en la construcción del futuro. Y esto es válido tanto a nivel personal como social. ¿Qué saca esa persona que no olvida injurias y desaires y mantiene vivos los rencores en su corazón? Amargarse, eso es lo único que saca.
Como hombres y mujeres que sueñan en un mundo mejor tenemos que fijar nuestros ojos en ese futuro realizable. Dejar que nuestro corazón albergue sentimientos negativos y odiosos no hace sino envilecer de alguna manera a la persona que los mantiene.
Por lo tanto, si queremos ser auténticos constructores de otro mundo posible, muy diferente al que tenemos, hemos de emplear otros materiales de construcción: bondad, honor, nobleza, justicia, capacidad de perdón y reconciliación. ¿Dónde se aprende a manejar esos materiales y las herramientas adecuadas? En la familia y en la escuela. Soy partidario por eso de que ojalá desde este año que iniciamos, se llevara a cabo en todas las escuelas y colegios de nuestro querido Chile una rigurosa aplicación de programas bien confeccionados acerca de educación cívica en ciudadanía. Que los niños, desde el jardín infantil hasta que salgan de la enseñanza media, hayan podido desarrollar actitudes bien arraigadas acerca de la participación ciudadana en sus distintos niveles: político, urbanístico, vecinal, ecológico, educación vial, tolerancia a los diferentes, etc. etc. Si esto se entrega en nuestras escuelas y a la vez se refuerza en la familia, sin duda que ese mundo posible lo podremos convertir en realidad, al menos en gran parte. Cuando yo era niño, de la generación llamada “los niños de la guerra”, una vez acabada esta, nos inculcaron desde muy pequeños, en la casa y en la escuela, que había que ser austeros, sobrios; que no podíamos gastar más que lo justo, que entre todos había que superar los estragos de la guerra par juntos reconstruir lo que había sido destruido. Creo que en nosotros, en los niños de aquella generación, caló bien hondo el tema de la austeridad, de modo que se convirtió en actitud y manera de ser. Es bien sabido que muchos miembros de dicha generación son bien sobrios y anticonsumistas hasta el día de hoy. Familia y colegio trabajando al unísono, son fuerza de gigante para alcanzar logros que parecían pura utopía.
Para Tejemedios
José Luis Ysern de Arce. Enero 2013