Escribo estas líneas cuando me acabo de informar del buen resultado que ha tenido la intervención quirúrgica de trasplante de corazón a una joven chilena en un hospital de Viña del Mar. Ella era la primera prioridad nacional para la recepción del corazón en caso de que se presentara un donante. Y el donante llegó en la persona de un hombre joven que falleció, dejando intacto el funcionamiento de su corazón.
Para que esta joven haya podido beneficiarse de un corazón nuevo, ha sido necesaria la muerte de otra persona. Si esta mujer beneficiada con el corazón recién trasplantado supera bien el tiempo crítico posterior a la intervención quirúrgica, tendrá muy claro a quién le debe la vida. Y de todas maneras, los padres de ella, que clamaron por la urgencia de un corazón para su hija, también saben a qué padres tienen que dar las gracias –como ya lo han hecho- por la nueva vida de su hija. Tanto los padres donantes, como los padres receptores, están ahora vinculados por un mismo corazón que los une en medio del dolor y de la alegría, en medio de la vida y de la muerte. Aquí hay algo más que un órgano físico solicitado y donado. Aquí hay algo más profundo que una víscera cardíaca. Aquí ha habido un gesto de amor solidario que ha sido capaz de engendrar una nueva vida.
Porque eso es la donación de órganos, y eso es lo que tiene que entender nuestra sociedad chilena. Donar nuestros órganos, ser donantes de órganos, es nada más y nada menos que donar vida; es un gesto de sincera solidaridad que entiende la vida como un misterio de amor. Para lograr que nuestros conciudadanos entiendan así la donación de órganos, como ya lo han entendido muchos, es necesario que se derrumben algunos prejuicios, mitos e ignorancias. Sabemos que esto requiere de campañas masivas de los medios de comunicación, orientadas en esa dirección. Si los medios se lo proponen pueden emprender campañas bien realizadas, inteligentemente concebidas y diseñadas, que ayudarán a acabar con ciertos prejuicios sobre el tema de la donación de órganos. Hemos visto casos en los que la persona con muerte cerebral ha dejado bien establecido que es donante, pero llegado el momento decisivo, la familia se ha opuesto tajantemente, motivo por el cual la donación no pudo llevarse a cabo.
Hay prejuicios que van desde motivaciones religiosas hasta de desconfianza. En el caso de la desconfianza no faltan personas que creen que si el equipo médico sabe que soy donante de órganos, a lo mejor no me cuidan con tanto esmero en caso de accidente, o incluso se las arreglarán para acelerar mi muerte y negociar con mis órganos.
Si alguien piensa de esta manera (y de haberlos los hay) quiere decir que algo huele a podrido en nuestra sociedad; quiere decir que se ha inoculado en nosotros el virus de la desconfianza a un nivel ciertamente peligroso. En cuanto a los prejuicios de tipo religioso, sólo hay que decir que el Dios de los cristianos es el Dios de la vida, y que todo lo que vaya a favor de la vida cuenta con la bendición de Dios. Todo en la fe cristiana, absolutamente todo, va en la línea del amor al prójimo, identificando el rostro del mismo Dios con el del prójimo. De modo que, al menos en la fe cristiana, todo va a favor del amor. Y no cabe duda que la donación de órganos es uno de los más lindos gestos de amor.
Padre José Luis Ysern de Arce. Octubre 2012.
Doctor en Sicología