Saludo con mucho cariño a los lectores/as de TEJEMEDIOS, la revista noticiosa de Ñuble, a la que con gusto prestaré mi modesta colaboración mientras pueda. Agradezco a los realizadores de este medio noticioso por la gentileza que han tenido al pedirme el aporte que pueda dar. Lo agradezco de verdad, porque soy consciente de que por medios como este ponemos en marcha un canal de comunicación de alcance ilimitado, bidireccional, interactivo, y de gran llegada. Muchas gracias, amigas y amigos de Tejemedios.
En Chile estamos –al momento de escribir estas líneas- inaugurando el mes de marzo 2012. Empiezan las clases en nuestras instituciones educacionales, tanto de enseñanza básica y media, como de educación superior. La palabra “educación” lleva implícita en los chilenos/as de hoy, una asociación de imágenes vinculadas a las protestas callejeras que el año pasado protagonizaron nuestros indignados estudiantes. Protestaron –y posiblemente también lo harán este año- porque reclamaban una educación pública, gratuita y de calidad.
¿Qué es una educación de calidad? Pienso lo que ya han dicho, mucho mejor que yo por cierto, educadores de gran prestigio, personas con autoridad en el tema: educación de calidad es la que lleva a una formación integral. Así es: nada más y nada menos que una formación integral. Logra una educación de calidad aquel hombre, aquella mujer, que gracias a los medios de educación con los que cuenta llega a ser una persona feliz de la vida, auténtica, autónoma, segura de sí misma, sólida en la base de sus principios, feliz que hace felices a los demás. Una educación así, comienza en la misma familia, pasa por los filtros de las instituciones académicas que la persona frecuente, y no termina nunca. Ya vemos que quien llega a ser persona integral es mucho más que lo que mucha gente entiende por ser “buen estudiante”. No, no es buen estudiante ese niño/a que saca las mejores notas, que obtiene premios por su rendimiento en las asignaturas más difíciles, pero que a la vez está muy lejos de ser reconocido como el mejor compañero, que nunca aparece en un grupo de solidaridad, que jamás se integra a una campaña para defensa de los derechos de las personas postergadas, y que encerrado en sí mismo, no se interesa por el mundo que le rodea. A lo sumo, a ese niño o joven le podemos considerar como alguien inteligente, académicamente aplicado, pero no merece el título de “buen estudiante”, puesto que no ha desarrollado las actitudes de la persona integral.
¿Actitudes de la persona integral o que va camino de serlo? Las que se ven reflejadas por ejemplo en estos verbos: Pedir, Buscar, Llamar. Sí, un joven que se empapa de una educación de calidad es alguien que sabe que no está solo, que nada puede él solo o ella sola y por lo tanto pide ayuda, aprende a relacionarse con los demás, aprende a trabajar en equipo y a colaborar con los demás. También sabe buscar siempre, investigar siempre; no se agota su capacidad de sorpresa, de admiración y asombro, y este mismo sentido de admiración le lleva a ser sencillo/a, a abrir ojos de sorpresa –ojazos de niño- por las cosas más simples y cotidianas, como les ocurre a los grandes científicos e intelectuales. Finalmente, sabe llamar a gritos o en forma silenciosa a otros, cada vez que hay que hacer fuerza para salir en defensa de los oprimidos y marginados. No le importa entonces cambiar sus libros y cuaderno de apuntes por una pancarta en la que sin violencia, pero con mucha fuerza y convicción, expresa su sentir por las causas justas. He ahí la educación integral, la que abarca mente, espíritu, corazón y afecto. Es lo que llamamos, una persona amorosa.
Para Tejemedios
José Luis Ysern de Arce
Sacerdote, Doctor en Psicología